domingo, 10 de agosto de 2014

El Deseo



Nos separa un impenetrable silencio
en las noches más largas de invierno;
Y sólo las luces, al alba,
nos devuelven la ilusión perdida.

Por momentos mis fuerzas flaquean
y quisiera contarle, entonces, a ella,
mis debilidades más ocultas.
Como siento yo el frescor del río
y el silbido del viento en los árboles,
pero; ¿Querrá ella saberlo?
¿Querrá despertar del letargo
que la mantiene viva?
¿Podrán escuchar sus oídos
lo que aliviado cuento a mi cómplice?

La verdad, en cierto modo, nos separa,
la mentira aflora a menudo
y sólo las verdades a medias nos salvan.

Una de ellas lo sabe;
Sabe que mi vida es sólo media vida,
y es la mitad que no vivo
la que querría contar, algún día,
a alguien más joven que yo,
sin mentirle.


Josecho Vía

lunes, 26 de mayo de 2014

Ahogando gritos




Un grito en la noche
que ahoga otro grito.
Un sueño que hace real
lo que no imagino.


una voz que dice "despierta",
mientras duermo
y un silencio que retumba
cuando ya no lo espero.

Resuena su voz que dice "duerme",
siento sus labios sellando los míos.

Imagino sus manos,
que recorren mi vientre
y sus ojos, cerrados,
para poder verme.

¡Cuantas veces fuimos uno!
¡Cuantas veces, sin quererlo!

Mezclamos olores,
cambiamos saliva,
probamos sudores
y gritamos en la noche,
ahogando otro grito.


Josecho Vía

domingo, 23 de marzo de 2014

Te busqué por la duda



Te busqué por la duda: 
no te encontraba nunca.
Me fui a tu encuentro
por el dolor.
Tú no venías por allí.
Me metí en lo más hondo
por ver si, al fin, estabas.
Por la angustia,
desgarradora, hiriéndome.
Tu no surgías nunca de la herida.
Y nadie me hizo señas
-un jardín o tus labios,
con árboles, con besos-;
nadie me dijo
-por eso te perdí-
que tú ibas por las últimas
terrazas de la risa,
del gozo, de lo cierto.
Que a ti se te encontraba
en las cimas del beso
sin duda y sin mañana.



Pedro Salinas

sábado, 15 de febrero de 2014

Reminiscencias



Reminiscencias de ti,
Luz tenue que se torna clara.
Ala caída, que no alcanza el suelo,
de la paloma blanca que no llega.
Garganta que grita
lamentos ahogados en vino.
Vientre de los desamparados.
Lamentos ahogados,
lamentos, lamentos ….
Una noche sin fin,
más oscura y larga que ninguna.
Mis latidos, fuertes y acelerados.
Lamentos, lamentos ….
Y más lamentos
que ahogan mis ilusiones,
que quiebran el ritmo de mi vida.
siguen los lamentos,
pero no amanece.


Josecho Vía

Problemas de geografía personal



Nunca sé despedirme de , siempre me quedo
con el frío de alguna palabra que no he dicho,

con un malentendido que temer,
ese hueco de torpe inexistencia
que a veces, gota a gota, se convierte
en desesperación.

Nunca se despedirme de , porque no soy
el viajero que cruza por la gente,

el que va de aeropuerto en aeropuerto
o el que mira los coches, en dirección contraria,
corriendo a la ciudad
en la que acabas de quedarte.

Nunca sé despedirme, porque soy
un ciego que tantea por el túnel

de tu mano y tus labios cuando dicen adiós,
un ciego que tropieza con los malentendidos
y con esas palabras
que no saben pronunciar.

Extrañado de amor,
nunca puedo alejarme de todo lo que eres.

En un hueco de torpe inexistencia,
me voy de mí
camino a la nada.



Luis Garcia Montero

lunes, 10 de febrero de 2014

Lágrima



Una lágrima recorre mi mejilla
lentamente, sin prisa,
para caer finalmente
sobre tu vientre desnudo.

Indiferente al silencio,
desconcertada pero conocedora
del por qué de su camino:
¡Sabe que jamás volveré a verte!
.
Maldigo la felicidad
que se presenta para anunciar
 que no es posi­ble,
que no tiene continuidad.

Que te esclaviza a tus recuerdos
para vivir de tu pasado con nostalgia,
para anunciar un futuro
 sin sentimientos, sin ti.

Reviviré tiernas escenas
que me elevarán a lo más alto,
para caer en picado
ante la cruda realidad.

Y te contemplo, dormida,
mientras pienso en la ruptura
del lazo que nos une.

Y sigo llorando, en silencio,
mientras suelto el hilo
de nuestra cometa.


Josecho Vía

jueves, 6 de febrero de 2014

Poema 15 (Veinte Poemas de Amor y una canción desesperada)




Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma

emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.


Pablo Neruda

jueves, 30 de enero de 2014

Oda a Walt Whitman




Por el East River y el Bronx 
los muchachos cantaban enseñando sus cinturas,

con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo. 
Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas 
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas. 

Pero ninguno se dormía, 
ninguno quería ser el río, 
ninguno amaba las hojas grandes,
ninguno la lengua azul de la playa. 

Por el East River y el Queensborough 
los muchachos luchaban con la industria, 
y los judíos vendían al fauno del río 
la rosa de la circuncisión 
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados 
manadas de bisontes empujadas por el viento. 

Pero ninguno se detenía, 
ninguno quería ser nube, 
ninguno buscaba los helechos 
ni la rueda amarilla del tamboril. 

Cuando la luna salga 
las poleas rodarán para tumbar el cielo;
un límite de agujas cercará la memoria 
y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.

Nueva York de cieno, 
Nueva York de alambres y de muerte.
¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla? 
¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?
¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas?

Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman, 
he dejado de ver tu barba llena de mariposas, 
ni tus hombros de pana gastados por la luna, 
ni tus muslos de Apolo virginal, 
ni tu voz como una columna de ceniza;
anciano hermoso como la niebla 
que gemías igual que un pájaro 
con el sexo atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro, 
enemigo de la vid 
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Ni un solo momento, hermosura viril 
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río 
con aquel camarada que pondría en tu pecho 
un pequeño dolor de ignorante leopardo. 

Ni un sólo momento, Adán de sangre, macho, 
hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,
porque por las azoteas, 
agrupados en los bares, 
saliendo en racimos de las alcantarillas,
temblando entre las piernas de los chauffeurs
o girando en las plataformas del ajenjo, 
los maricas, Walt Whitman, te soñaban.

¡También ese! ¡También! Y se despeñan 
sobre tu barba luminosa y casta, 
rubios del norte, negros de la arena, 
muchedumbres de gritos y ademanes, 
como gatos y como las serpientes, 
los maricas, Walt Whitman, los maricas 
turbios de lágrimas, carne para fusta, 
bota o mordisco de los domadores. 

¡También ése! ¡También! Dedos teñidos 
apuntan a la orilla de tu sueño 
cuando el amigo come tu manzana 
con un leve sabor de gasolina 
y el sol canta por los ombligos 
de los muchachos que juegan bajo los puentes.

Pero tú no buscabas los ojos arañados, 
ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños,
ni la saliva helada, 
ni las curvas heridas como panza de sapo 
que llevan los maricas en coches y terrazas 
mientras la luna los azota por las esquinas del terror.

Tú buscabas un desnudo que fuera como un río, 
toro y sueño que junte la rueda con el alga, 
padre de tu agonía, camelia de tu muerte, 
y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto. 

Porque es justo que el hombre no busque su deleite 
en la selva de sangre de la mañana próxima. 
El cielo tiene playas donde evitar la vida 
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.

Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño. 
Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía. 
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises, 
los ricos dan a sus queridas 
pequeños moribundos iluminados,
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.

Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo 
por vena de coral o celeste desnudo. 
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene dormida por las ramas. 

Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman, 
contra el niño que escribe 
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad del ropero, 
ni contra los solitarios de los casinos
que beben con asco el agua de la prostitución,
ni contra los hombres de mirada verde 
que aman al hombre y queman sus labios en silencio.
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades, 
de carne tumefacta y pensamiento inmundo, 
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño 
del Amor que reparte coronas de alegría. 

Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos 
gotas de sucia muerte con amargo veneno. 
Contra vosotros siempre, 
Faeries de Norteamérica, 
Pájaros de la Habana, 
Jotos de Méjico, 
Sarasas de Cádiz, 
Ápios de Sevilla, 
Cancos de Madrid, 
Floras de Alicante, 
Adelaidas de Portugal. 

¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas! 
Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores, 
abiertos en las plazas con fiebre de abanico 
o emboscadas en yertos paisajes de cicuta. 

¡No haya cuartel! La muerte 
mana de vuestros ojos 
y agrupa flores grises en la orilla del cieno.
¡No haya cuartel! ¡Alerta! 
Que los confundidos, los puros, 
los clásicos, los señalados, los suplicantes
os cierren las puertas de la bacanal. 

Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
con la barba hacia el polo y las manos abiertas. 
Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando 
camaradas que velen tu gacela sin cuerpo. 
Duerme, no queda nada. 
Una danza de muros agita las praderas 
y América se anega de máquinas y llanto. 
Quiero que el aire fuerte de la noche más honda 
quite flores y letras del arco donde duermes 
y un niño negro anuncie a los blancos del oro 
la llegada del reino de la espiga.



Federico García Lorca

Si tú me abandonaras



Si tú me abandonaras te quedarías sin causa

como una fruta verde que se arrancó al manzano,
de noche soñarías que te mira mi mano
y de día, sin mi mano, serías sólo una pausa;

si yo te abandonara me quedaría sin sueño
como un mar que de pronto se quedó sin orillas,
me extendería buscándolas, con olas amarillas,
enormes, y no obstante yo sería muy pequeño;

porque tu obra soy yo, envejecer conmigo,
ser para mis rincones el único testigo,
ayudarme a vivir y a morir, compañera;

porque mi obra eres tú, arcilla pensativa:
mirarte día y noche, mirarte mientras viva;
en ti está mi mirada más vieja y verdadera.


Félix Grande

miércoles, 29 de enero de 2014

Aquí, en esta orilla blanca



Aquí,
En esta orilla blanca

Del lecho donde duermes,

Estoy al borde mismo

De tu sueño. Si diera
Un paso más, caería
En sus ondas, rompiéndolo
Como un cristal. Me sube
El calor de tu sueño
Hasta el rostro. Tu hálito
Te mide la andadura
Del soñar: va despacio.
Un soplo alterno, leve,
Me entrega ese tesoro
Exactamente: el ritmo
De tu vivir soñando.
Miro. Veo la estofa
De que está hecho tu sueño.
La tienes sobre el cuerpo
Como coraza ingrávida.
Te cerca de respeto.
A tu virgen te vuelves
Toda entera, desnuda,
Cuando te vas al sueño.
En la orilla se paran
Las ansias y los besos:
Esperan, ya sin prisa,
A que abriendo los ojos
Renuncies a tu ser
Invulnerable. Busco
Tu sueño. Con mi alma
Doblada sobre ti
Las miradas recorren,
Traslúcida, tu carne
Y apartan dulcemente
Las señas corporales
Por ver si hallan detrás
Las formas de tu sueño.
No lo encuentran. Y entonces
Pienso en tu sueño. Quiero
Descifrarlo. Las cifras
No sirven, no es secreto.
Es sueño y no misterio.
Y de pronto, en el alto
Silencio de la noche,
Un soñar mío empieza
Al borde de tu cuerpo;
En él el tuyo siento.
Tú dormida, yo en vela,
Hacíamos lo mismo.
No había qué buscar:
Tu sueño era mi sueño.


Pedro Salinas

martes, 28 de enero de 2014

Poema 20 (Veinte Poemas de Amor y una canción desesperada)


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: " La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.  
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.


En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.  
La besé tantas veces bajo el cielo infinito. 

Ella me quiso, a veces yo también la quería.  
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. 

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.  
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. 

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.  
Y el verso cae al alma como pasto el rocío. 

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.  
La noche está estrellada y ella no está conmigo. 

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.  
Mi alma no se contenta con haberla perdido. 

Como para acercarla mi mirada la busca.  
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. 

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.  
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. 

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.  
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído. 

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.  
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. 

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.  
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. 

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,  
mi alma no se contenta con haberla perdido. 

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,  
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo. 





Pablo Neruda


miércoles, 8 de enero de 2014

El Paseo


Fue un bello rostro sin nombre
lo que hoy es sólo un recuerdo.
Un nombre como tantos,
una cara como pocas,
una imagen borrosa,
tantas veces evocada,
algo inesperado y,
un gesto cobarde, por mi parte.
Hoy querría cambiarlo todo
y escribir otra historia.
Clavaría mis ojos
en su cálida mirada;
Quisiera, sin miedo,
susurrar en su oído,
amada imagen fugaz,
lo que no supe decir entonces.
Seríamos cómplices
que bendeciríamos pecados.
La acompañaría
en su paseo diario
hacia ninguna parte,
Disfrutaríamos trayectos
sin destino,
sin reprocharnos
que nunca llegamos.
Sólo seríamos
dos almas que juntas caminan.


Josecho Vía

La poesía es un arma cargada de futuro



Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,

mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,


cuando se miran de frente

los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.


Se dicen los poemas

que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.


Con la velocidad del instinto,

con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.


Poesía para el pobre, poesía necesaria

como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.


Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan

decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.


Maldigo la poesía concebida como un lujo

cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.


Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren

y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.


Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,

y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.


Tal es mi poesía: poesía-herramienta

a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.


No es una poesía gota a gota pensada.

No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.


Son palabras que todos repetimos sintiendo

como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.




Gabriel Celaya