jueves, 30 de enero de 2014

Oda a Walt Whitman




Por el East River y el Bronx 
los muchachos cantaban enseñando sus cinturas,

con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo. 
Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas 
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas. 

Pero ninguno se dormía, 
ninguno quería ser el río, 
ninguno amaba las hojas grandes,
ninguno la lengua azul de la playa. 

Por el East River y el Queensborough 
los muchachos luchaban con la industria, 
y los judíos vendían al fauno del río 
la rosa de la circuncisión 
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados 
manadas de bisontes empujadas por el viento. 

Pero ninguno se detenía, 
ninguno quería ser nube, 
ninguno buscaba los helechos 
ni la rueda amarilla del tamboril. 

Cuando la luna salga 
las poleas rodarán para tumbar el cielo;
un límite de agujas cercará la memoria 
y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.

Nueva York de cieno, 
Nueva York de alambres y de muerte.
¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla? 
¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?
¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas?

Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman, 
he dejado de ver tu barba llena de mariposas, 
ni tus hombros de pana gastados por la luna, 
ni tus muslos de Apolo virginal, 
ni tu voz como una columna de ceniza;
anciano hermoso como la niebla 
que gemías igual que un pájaro 
con el sexo atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro, 
enemigo de la vid 
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Ni un solo momento, hermosura viril 
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río 
con aquel camarada que pondría en tu pecho 
un pequeño dolor de ignorante leopardo. 

Ni un sólo momento, Adán de sangre, macho, 
hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,
porque por las azoteas, 
agrupados en los bares, 
saliendo en racimos de las alcantarillas,
temblando entre las piernas de los chauffeurs
o girando en las plataformas del ajenjo, 
los maricas, Walt Whitman, te soñaban.

¡También ese! ¡También! Y se despeñan 
sobre tu barba luminosa y casta, 
rubios del norte, negros de la arena, 
muchedumbres de gritos y ademanes, 
como gatos y como las serpientes, 
los maricas, Walt Whitman, los maricas 
turbios de lágrimas, carne para fusta, 
bota o mordisco de los domadores. 

¡También ése! ¡También! Dedos teñidos 
apuntan a la orilla de tu sueño 
cuando el amigo come tu manzana 
con un leve sabor de gasolina 
y el sol canta por los ombligos 
de los muchachos que juegan bajo los puentes.

Pero tú no buscabas los ojos arañados, 
ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños,
ni la saliva helada, 
ni las curvas heridas como panza de sapo 
que llevan los maricas en coches y terrazas 
mientras la luna los azota por las esquinas del terror.

Tú buscabas un desnudo que fuera como un río, 
toro y sueño que junte la rueda con el alga, 
padre de tu agonía, camelia de tu muerte, 
y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto. 

Porque es justo que el hombre no busque su deleite 
en la selva de sangre de la mañana próxima. 
El cielo tiene playas donde evitar la vida 
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.

Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño. 
Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía. 
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises, 
los ricos dan a sus queridas 
pequeños moribundos iluminados,
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.

Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo 
por vena de coral o celeste desnudo. 
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene dormida por las ramas. 

Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman, 
contra el niño que escribe 
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad del ropero, 
ni contra los solitarios de los casinos
que beben con asco el agua de la prostitución,
ni contra los hombres de mirada verde 
que aman al hombre y queman sus labios en silencio.
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades, 
de carne tumefacta y pensamiento inmundo, 
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño 
del Amor que reparte coronas de alegría. 

Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos 
gotas de sucia muerte con amargo veneno. 
Contra vosotros siempre, 
Faeries de Norteamérica, 
Pájaros de la Habana, 
Jotos de Méjico, 
Sarasas de Cádiz, 
Ápios de Sevilla, 
Cancos de Madrid, 
Floras de Alicante, 
Adelaidas de Portugal. 

¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas! 
Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores, 
abiertos en las plazas con fiebre de abanico 
o emboscadas en yertos paisajes de cicuta. 

¡No haya cuartel! La muerte 
mana de vuestros ojos 
y agrupa flores grises en la orilla del cieno.
¡No haya cuartel! ¡Alerta! 
Que los confundidos, los puros, 
los clásicos, los señalados, los suplicantes
os cierren las puertas de la bacanal. 

Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
con la barba hacia el polo y las manos abiertas. 
Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando 
camaradas que velen tu gacela sin cuerpo. 
Duerme, no queda nada. 
Una danza de muros agita las praderas 
y América se anega de máquinas y llanto. 
Quiero que el aire fuerte de la noche más honda 
quite flores y letras del arco donde duermes 
y un niño negro anuncie a los blancos del oro 
la llegada del reino de la espiga.



Federico García Lorca

Si tú me abandonaras



Si tú me abandonaras te quedarías sin causa

como una fruta verde que se arrancó al manzano,
de noche soñarías que te mira mi mano
y de día, sin mi mano, serías sólo una pausa;

si yo te abandonara me quedaría sin sueño
como un mar que de pronto se quedó sin orillas,
me extendería buscándolas, con olas amarillas,
enormes, y no obstante yo sería muy pequeño;

porque tu obra soy yo, envejecer conmigo,
ser para mis rincones el único testigo,
ayudarme a vivir y a morir, compañera;

porque mi obra eres tú, arcilla pensativa:
mirarte día y noche, mirarte mientras viva;
en ti está mi mirada más vieja y verdadera.


Félix Grande

miércoles, 29 de enero de 2014

Aquí, en esta orilla blanca



Aquí,
En esta orilla blanca

Del lecho donde duermes,

Estoy al borde mismo

De tu sueño. Si diera
Un paso más, caería
En sus ondas, rompiéndolo
Como un cristal. Me sube
El calor de tu sueño
Hasta el rostro. Tu hálito
Te mide la andadura
Del soñar: va despacio.
Un soplo alterno, leve,
Me entrega ese tesoro
Exactamente: el ritmo
De tu vivir soñando.
Miro. Veo la estofa
De que está hecho tu sueño.
La tienes sobre el cuerpo
Como coraza ingrávida.
Te cerca de respeto.
A tu virgen te vuelves
Toda entera, desnuda,
Cuando te vas al sueño.
En la orilla se paran
Las ansias y los besos:
Esperan, ya sin prisa,
A que abriendo los ojos
Renuncies a tu ser
Invulnerable. Busco
Tu sueño. Con mi alma
Doblada sobre ti
Las miradas recorren,
Traslúcida, tu carne
Y apartan dulcemente
Las señas corporales
Por ver si hallan detrás
Las formas de tu sueño.
No lo encuentran. Y entonces
Pienso en tu sueño. Quiero
Descifrarlo. Las cifras
No sirven, no es secreto.
Es sueño y no misterio.
Y de pronto, en el alto
Silencio de la noche,
Un soñar mío empieza
Al borde de tu cuerpo;
En él el tuyo siento.
Tú dormida, yo en vela,
Hacíamos lo mismo.
No había qué buscar:
Tu sueño era mi sueño.


Pedro Salinas

martes, 28 de enero de 2014

Poema 20 (Veinte Poemas de Amor y una canción desesperada)


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: " La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.  
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.


En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.  
La besé tantas veces bajo el cielo infinito. 

Ella me quiso, a veces yo también la quería.  
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. 

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.  
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. 

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.  
Y el verso cae al alma como pasto el rocío. 

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.  
La noche está estrellada y ella no está conmigo. 

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.  
Mi alma no se contenta con haberla perdido. 

Como para acercarla mi mirada la busca.  
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. 

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.  
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. 

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.  
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído. 

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.  
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. 

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.  
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. 

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,  
mi alma no se contenta con haberla perdido. 

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,  
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo. 





Pablo Neruda


miércoles, 8 de enero de 2014

El Paseo


Fue un bello rostro sin nombre
lo que hoy es sólo un recuerdo.
Un nombre como tantos,
una cara como pocas,
una imagen borrosa,
tantas veces evocada,
algo inesperado y,
un gesto cobarde, por mi parte.
Hoy querría cambiarlo todo
y escribir otra historia.
Clavaría mis ojos
en su cálida mirada;
Quisiera, sin miedo,
susurrar en su oído,
amada imagen fugaz,
lo que no supe decir entonces.
Seríamos cómplices
que bendeciríamos pecados.
La acompañaría
en su paseo diario
hacia ninguna parte,
Disfrutaríamos trayectos
sin destino,
sin reprocharnos
que nunca llegamos.
Sólo seríamos
dos almas que juntas caminan.


Josecho Vía

La poesía es un arma cargada de futuro



Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,

mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,


cuando se miran de frente

los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.


Se dicen los poemas

que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.


Con la velocidad del instinto,

con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.


Poesía para el pobre, poesía necesaria

como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.


Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan

decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.


Maldigo la poesía concebida como un lujo

cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.


Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren

y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.


Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,

y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.


Tal es mi poesía: poesía-herramienta

a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.


No es una poesía gota a gota pensada.

No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.


Son palabras que todos repetimos sintiendo

como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.




Gabriel Celaya

martes, 7 de enero de 2014

Los Restos de un Naufragio



(A Luis Antonio de Villena)


Unos cientos de libros, una casa en la playa,
muebles que el corazón fue envejeciendo
y que hicieron el mundo hospitalario,
fetiches de algún viaje, talismanes
que no pudiron nada contra el mundo,
un puñado de cartas de unos cuantos amigos,
alguna carta oculta, inconfesable,
papeles ordenados, papeles sin sentido,
medicamentos, cuadros, ropa usada
y ropa por usar, varias cuentas bancarias,
una viuda aturdida, un automóvil,
una amante aturdida, un peine con cabellos,
una caligrafía que ha perdido el pulso de su mano,
un olor familiar camino de la nada.

Este es el inventario de los bienes de un muerto,
y como todo censo y toda lista
supone un ejercicio de modestia.
Nuestras cosas, que a veces parecían preservarnos,
habitarnos el mundo que habitábamos,
en un golpe de vista se convierten
en un proligo catálogo de absurdos,
rutas desdibujadas de un mapa inexistente,
pájaros disecados cuyos ojos
no saben recordar un cielo que ya ha ardido.





Carlos Marzal

domingo, 5 de enero de 2014

Retrato



Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,

y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.


Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido

—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.


Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,

pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.


Adoro la hermosura, y en la moderna estética

corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.


Desdeño las romanzas de los tenores huecos

y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.


¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera

mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.


Converso con el hombre que siempre va conmigo

—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.


Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.

A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.


Y cuando llegue el día del último vïaje,

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.




Antonio Machado Ruíz

jueves, 2 de enero de 2014

Vida


Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.

Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!».
Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!».
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.
No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada.)
Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.


José Hierro Real

miércoles, 1 de enero de 2014

Aunque tú no lo sepas



Como la luz de un sueño,
que no raya en el mundo pero existe,
así he vivido yo
iluminando
esa parte de ti que no conoces,
la vida que has llevado junto a mis pensamientos...
Y aunque tú no lo sepas, yo te he visto
cruzar la puerta sin decir que no,
pedirme un cenicero, curiosear los libros,

responder al deseo de mis labios
con tus labios de whisky,
seguir mis pasos hasta el dormitorio.
También hemos hablado
en la cama, sin prisa, muchas tardes
esta cama de amor que no conoces,

la misma que se queda
fría cuanto te marchas.
Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo,
hicimos mil proyectos, paseamos
por todas las ciudades que te gustan,
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.
Espiada a la sombra de tu horario
o en la noche de un bar por mi sorpresa.
Así he vivido yo,
como la luz del sueño
que no recuerdas cuando te despiertas.



Luis García Montero